Cajamarca en el siglo XVIII: esclavitud africana detrás de una historia romántica.

Por Carlos Reyes Álvarez, UNMSM, Grupo Zulen.

Este artículo narra algunos episodios históricos, relativos a la mano de obra en condición de esclavitud y semiesclavitud, utilizada en las minas de Hualgayoc y en otras actividades económicas a fines del siglo XVIII en Cajamarca. Para este fin, tomamos como pretexto un pasaje del ensayo biográfico, Sor Mercedes Espinach, vidente y profetisa de Amalia Puga de Losada, escrito en 1933, en el que nombra a Miguel Espinach, español, tío abuelo de Sor Mercedes, acaudalado militar, terrateniente y minero que quiso entregarle su fortuna a su sobrina nieta a cambio de que desista de entrar al monjío. Esta, con la mayor delicadeza, lo rechazó.

Es una historia romántica; Amalia describe el desborde emocional de estos dos personajes: por un lado, Sor Mercedes está convencidísima de entregarle toda su vida a la religión, desechando una ingente riqueza familiar. Por otro, Miguel Espinach, a pesar de toda la fortuna que administra, lo único que desea es que su sobrina nieta no ingrese al monjío y, como cualquier muchacha, se case y herede todos sus bienes, pero a pesar de los mil ruegos, no lo logra (al no poder hacerlo, trae desde España a otro sobrino para que herede: Pablo Espinach, quien a su vez trae a su sobrino Lorenzo Iglesias Espinach, padre del héroe Miguel Iglesias).

No obstante, detrás de esta historia romántica, la poetisa menciona a esclavos como parte de la fortuna del español catalán.

En el imaginario colectivo cajamarquino, siento que no es muy común hablar de nuestro pasado colonial, se sabe que llegaron aquí muchos españoles que vencieron al último inca pero no se habla de la convivencia de los siglos XVI, XVII y XVIII, algo que Villanueva Urteaga llama años de la fusión indo-española y yo llamo de la convivencia, muchas veces conflictiva entre los distintos habitantes de nuestra ciudad.

Antes, quisiera precisar que no creo en la existencia de razas ni de castas, sostengo que fue un invento español para clasificar y someter a la población en torno a sus intereses económicos (siguiendo a Quijano), por lo que este artículo solo menciona a las razas o castas por referencia epocal.

Cajamarca en el siglo XVI y XVII

Cajamarca es una ciudad ubicada a 2750 msnm en la cordillera occidental de los Andes en el Perú. Forma parte de un conjunto de valles interandinos con climas templados, secos, lluviosos en verano, agrícolas, ganaderos y con alta concentración de población.

En época incaica, Cajamarca era un “huamaní” o cabecera de provincia, perteneciente al Tahuantinsuyo. Fue elegida así por su clima agradable, suelo fértil y ubicación estratégica: aquí se daba el paso y encuentro entre pueblos con itinerarios hacia la costa, sierra y selva y viceversa, y que la hacía un importante punto de intercambios comerciales. El inca Atahualpa, el último monarca tahuantinsuyano, había nacido en Quito, pero residía aquí.

Los incas llegaron también para ocupar este territorio como parte de una política de expansión y dominio sobre otros pueblos. Fue el inca Túpac Yupanqui – hijo de Pachacútec -, quien venció a los curacas Concacax y Cosa Tongo del reino de Cuismanco en 1460. En este archipiélago de valles, habitaban varios pueblos organizados en pachaquías y guarangas, unidades sociopolíticas de 100 y 1000 personas cada una, respectivamente. Estas guarangas eran: Cuismanco (la principal, ubicada en la actual Contumazá), Pampamarca, Caxamarca, Pomamarca, Chondal, Chuquimango y Mitimaes, reunidas en un solo gran curacazgo. Los cuismancos, vencidos por los incas, se sujetaron a estos hasta 1532.

Los españoles arribaron aquí en 1532 y encontraron un imperio incaico débil, fracturado, por la contienda fratricida entre Atahualpa y Huáscar, herederos del trono y, por otro lado, el hartazgo anidado entre muchos pueblos sometidos por el imperio. De hecho, la mayoría de historiadores considera que esta última causa es bien fuerte para que el incanato haya caído: durante las batallas entre españoles e incas se veían a varios pueblos nativos aliados a los primeros, como los huancas y cañaris. Después de la victoria española, Cajamarca fue entregada como encomienda por parte de Francisco Pizarro al conquistador Melchor Verdugo (su nombre está inscrito hoy en la pileta de la Plaza de Armas). La encomienda, institución de origen europeo-medieval, consistía en la entrega de un conjunto de tierras y nativos tributarios.

No obstante, lo que pudo haber sido el reino de los conquistadores, con autonomía si se consolidaban, terminó con el enfrentamiento entre su núcleo dirigente: los bandos de Francisco Pizarro y de Diego de Almagro se disputaron el Cusco. Una discordia que parece ser creación de la corona (la famosa estrategia del divide y vencerás) culminó con la designación de Blasco Núñez de Vela como primer virrey del Perú en 1543.

El virreinato español designó a Cajamarca pueblo de indios y corregimiento en 1566. Con la primera categoría, se congregaba a pueblos nativos – distantes y dispersos – con el objetivo de reducirlos y facilitar el cobro del tributo, enviarlos a la mita y evangelizarlos. Con la segunda categoría, en articulación con los caciques, se mantuvo el orden y la administración social-económica. No obstante, a pesar de que Cajamarca y dispuesto así por las autoridades españolas, era un lugar de hábitat exclusivamente indígena, se fue poblando de españoles civiles, mestizos y otras castas de manera cada vez más frecuente y numerosa a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII. Las razones de estas migraciones se deben probablemente, a las mismas por las que distintos pueblos prehispánicos habitaban la zona, por las que los incas decidieron establecer aquí un huamaní o provincia y el que el inca Atahualpa residiera: buen clima; bello paisaje; suelo fértil; producción de textiles; ser conexión de distintas regiones, costa, sierra y selva; punto de intercambios comerciales; mano de obra.

Se registran 662 habitantes españoles en 1632, cifra que aumentaría a 900 españoles en 1644 y que llegaría a los 4 mil en 1675 (Argouse, 2008). Esta cifra continúo en ascenso, junto al de mestizos y otras castas en los siglos posteriores. Se cree que primero llegaron conquistadores, sus familiares y personas cercanas a ellos; luego, mucha gente que no la pasaba muy bien en España (debido a su sociedad aún medieval, señorial-estamental), entre otras razones. Provinieron principalmente de las regiones de Castilla, Andalucía, Extremadura, Aragón, Valencia, La Mancha, Murcia; zonas del sur de la península, cercanas al puerto de Sevilla, desde donde se enrumbaron al nuevo continente.

Hay un episodio bastante conocido en el siglo XVII, contado por monseñor Dammert en Cajamarca independiente que releva este siglo de convivencia conflictiva, se trata de una disputa entre españoles civiles y religiosos: curas franciscanos, a cargo de la evangelización indígena, se opusieron al proyecto de construcción de la iglesia Santa Catalina, exclusiva para españoles, pues significaba la irrupción de habitantes que no debían ocupar este lugar; derrumbaron los muros de La Catedral en varias ocasiones (Dammert, 1974). Cajamarca era pues pueblo de indios y solo podían habitar ellos, pero no ocurrió así. La presencia española civil o del común fue cada vez más acentuada, algo que con el tiempo desencadenó que se constituyeran instituciones para su estadía permanente. Compusieron tierras en 1644, construyeron el hospital de mujeres y varones y lo entregaron a los bethlemitas en 1677 y edificaron la iglesia Santa Catalina definitivamente en 1682. Tierras, obrajes, minas, comercio, mano de obra; hospital, iglesia, mercado, cementerio, cárcel; entre otros bienes y servicios en el siglo XVII, son las condiciones que crearon para su estadía prolongada y el de sus descendientes; y así fue que perfilaron esta ciudad para ellos. Con el tiempo, Cajamarca pasó de ser pueblo de indios a villa; luego, ya en época republicana, se hizo ciudad.

Desde este temprano siglo XVII, con una acentuada presencia española, llegó el comercio de esclavos africanos a la localidad.

Cajamarca en el siglo XVIII.

Con varios hechos que aún hacen falta investigar durante los siglos XVI y comienzos del XVII, el suceso más significativo del siglo XVIII fue el descubrimiento de las minas de Hualgayoc en 1771 por Rodrigo de Torres y Juan José de Casanova, ambos españoles – de Pamplona -; este acontecimiento representó un boom económico en toda la región, teniendo su pico más alto en el bienio 1791-1792; llegaron más migrantes de lo acostumbrado o se produjo una nueva oleada migratoria, incluyendo desde la lejana España.

Este hecho fue parte de una política de reactivación de la economía por parte de los borbones franceses en el poder de España, después de casi un siglo de mal gastos, derrotas en guerras y en suma, un conjunto de errores acumulados por los habsburgo. Como parte de esta racha, la realidad económica de la colonia estaba en detrimento. Las provincias de la costa norte, por ejemplo, hacendarias, dedicadas a la producción de caña de azúcar, ya no tenían el mismo flujo comercial con Panamá. Mientras que las provincias de la sierra norte, como Cajamarca y sus vecinas, productoras de textiles, pasaban una crisis tras el ingreso de textiles europeos, debido a la libertad de comercio (O’Phelan, 1993).

Por el boom económico minero, llegaron a Cajamarca pobladores de Pataz, Huamachuco y Conchucos; de Trujillo, Lima, Saña, Chachapoyas; y de España, de las regiones de Santander, Cataluña, Navarra, Galicia, Andalucía y Vizcaya (esta vez, la mayoría de migrantes provenían de la parte norte de España y ya no del sur como en los siglos XVI y XVII).

Estas minas generaron una recuperación económica de la zona, en déficit durante muchos años, pero a costa del trabajo de mano de obra en condiciones de esclavitud y semiesclavitud.

Según el censo de Martínez de Compañon de 1783, la mano de obra en el asentamiento minero era en su mayoría mestiza, luego parda (mulatos, zambos) y finalmente indígena. Debido al alto mestizaje en la zona, es que estos se constituyeron en la mayor parte de la fuerza laboral. Sin embargo, hay algo bastante importante que anotar: O’Phelan menciona, en el artículo Vivir y morir en el mineral de Hualgayoc , que mulatos y pardos – descendientes de africanos – trabajaban en los socavones – la parte más peligrosa de la mina -, mientras que mestizos e indígenas trabajaban en los exteriores, de forma que los primeros, por trabajar en condiciones más duras y peligrosas, tenían menos tiempo de vida, 30 años aproximadamente.

Este momento es propicio para introducir algunos pasajes del ensayo biográfico Sor Mercedes Espinach, vidente y profetisa (1933) de Amalia Puga de Losada.

Micaela Espinach y Gonzáles de la Puerta (1798-1866) era una jovencita, hija del catalán Antonio Espinach y Palaso y de la cajamarquina, de origen español, Isabel Gonzáles de la Puerta, que quedó huérfana después de que un rayo, cerca a las minas de Hualgayoc, fulminara a su padre. Su tío abuelo, Miguel Espinach, potentado militar, terrateniente y minero catalán asentado en la región, después de este fatídico accidente, se hace cargo de ella. La quiere como su heredera, sin embargo, no cuenta con que Micaela, desde muy niña, ya sembraba una orientación hacia el monjío, hacia la vida religiosa. Su tío abuelo, se opone a esta decisión rotundamente, pero no puede hacer nada para impedirlo. Muchos años después, Micaela, convertida en monja, cambiaría su nombre a Sor Mercedes y se convertiría en una famosa vidente y profetiza de nuestra localidad.

De Miguel de Espinach y de esta familia, menciona Amalia:

Una de aquellas encopetadas y lindas señoritas, hijas de Doña Isabel, casó con Don Antonio Espinach y Palas, joven catalán, sobrino carnal del Coronel de los Ejércitos Reales y primer magistrado de la circunscripción, Don Miguel Espinach, quien, a la importancia de su puesto de subdelegado, unía la que su inmensa fortuna, consistente en esclavos, casas, haciendas y, principalmente, minas, como que el Socavón Real de Hualgayoc se llamó también Socavón de Espinach, y con tal nombre le consigna Humboldt en su libro «Cuadros de la Naturaleza», al describir su visita a dicho asiento minero. Como Don Miguel era célibe, había hecho venir de España a su sobrino [Antonio] y adoptándole por hijo, para que en él recayeran todos sus bienes. Le quería mucho y aprobó su casamiento con entusiasmo” (p. 495).

Esta alusión a los esclavos como parte de los bienes de Miguel Espinach, es lo que nos llevó a cruzar este texto Sor Mercedes, vidente y profetisa de Amalia Puga con otro, La presencia del africano en Cajamarca (1600 – 1855) de Flaminio Álvarez.

Africanos esclavos en Cajamarca

La palabra negro hace alusión a una raza, atribuida por los españoles a las personas con piel negra, traídos desde el áfrica para trabajar como mano de obra esclava en varias actividades económicas en nuestro continente, país y ciudad.

Provenían principalmente de Angola, Congo, Biafara, Bran, Mina, Arara, Cocolí, Bañol, Nalú, Cacanga, Caravelí, Guinea, Cabo Verde, entre otras partes de la áfrica subsahariana. Estos africanos “importados”, no eran exactamente libres: muchos fueron, en sus lugares de origen, prisioneros en condición de esclavitud.

No obstante, en América, los africanos fueron racializados y esclavizados por razón de su color de piel y mantenidos así cerca de 250 años (aunque el racismo persiste; es la colonialidad del poder, como dice Quijano). Estas poblaciones fueron traídas por una severa crisis demográfica en el siglo XVI. Indígenas, también racializados y sometidos, empezaron a morir por el conjunto de epidemias que los españoles habían traído, entre las que se cuentan la viruela, gripe, sarampión, fiebre amarilla, tifus, entre otras. La mano de obra africana llenó el vacío que la indígena había dejado.

Después de viajar muchos meses en los famosos barcos negreros en condiciones infrahumanas, el ingreso de los africanos se realizaba por los puertos del Callao (Lima), Huanchaco (Trujillo) y Paita (Piura) desde 1600; una vez arribados a las costas peruanas, eran traídos por comerciantes de origen español a la sierra de Cajamarca para ser intercambiados por pesos o por trueque. Los primeros africanos llegaron en 1602. Nuestra localidad fue elegida para este negocio por ser una región altamente productiva y comercial; desde aquí traficaban con compradores que venían desde distintas zonas de la costa, la sierra y la selva.

La compra-venta de esclavos se realizaban los días jueves y domingos en el mercado de la localidad: la plaza de armas. Los precios dependían del estado físico del africano. Si era joven y en buena condición física, costaba más, si era niño, mujer, anciano o con alguna enfermedad, costaba menos. Los precios oscilaban entre los 200 y 550 pesos. En algunos casos había ofertas: una pareja y su hijo menor podían ser comprados por el precio de uno. Trabajaban en actividades económicas como la agricultura, ganadería, obrajes, minería, servicio doméstico, entre otros (Álvarez, 2008).

Flaminio Álvarez presenta una larga lista de mercaderes, algunos españoles, otros nacionales y también locales, que extrajo de los archivos notariales del Archivo Histórico de la Región Cajamarca:

  • Capitán Don Antonio de Novoa, señor del Reino de Galicia (1606)
  • Don Francisco Ugarte, vecino de la ciudad de Panamá (1625)
  • Don Gabriel Santisteban, morador de Quito (1794)
  • Don Pedro de Olórtegui de Chachapoyas (1612)
  • Don Pedro Bautista Vigo de Cajamarca (1615)
  • Doña Francisca de la Valenzuela de Trujillo (1605)
  • El capitán Melchor Venegas de Chiclayo (1624)
  • Don Juan Gutiérrez Príncipe de Lambayeque (1699)
  • Don Nicolás Mendoza de Lima (1609)
  • Don Cristóbal García de Yungay (1601)
  • Don Lorenzo de Quiroz de San Miguel de Pallaques (1649)
  • Don Tomás Gonzales de la Torres de Huambos (1620)
  • Don Alonso de Aguilar de Celendín (1606)

A diferencia de los mercaderes que provenían de España o de ciudades muy alejadas, los compradores de africanos eran de la órbita de Cajamarca. Civiles, militares, religiosos (franciscanos, agustinos, bethlemitas, etc.) y otros sin oficio o profesión conocida, querían tener al menos un esclavo bajo su propiedad o dominio. Debido a esta dispersión por toda la región y zonas aledañas, Gaytán Pajares nos dice que la población africana no llegó a consolidar un grupo cultural representativo o visible en nuestra ciudad (Álvarez, 2008).

En el Perú, el presidente Ramón Castilla dictaminó la abolición de la esclavitud en 1854, en consonancia con procesos de aboliciones de la esclavitud en todo el mundo. En estas circunstancias, los africanos quedaron liberados del trabajo gratuito, sin embargo, muchos quedaron en total desamparo – El Estado nos les brindaba ningún servicio o empleo -, teniendo que negociar su fuerza de trabajo por salarios ínfimos pasando de la esclavitud a condición de semiesclavitud.

Bibliografía

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